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1.Jul.2011 / 09:48 pm / Haga un comentario

La vida es el don más preciado que Dios nos ha dado. Mucho se ha escrito sobre los ateos, quienes han resuelto el devenir de la existencia intentando justificar en las molduras de sus apreciaciones, conocimientos y conjeturas, lo que de ella se tenga. Para un ateo los límites de la vida son el marco de la racionalidad, los conocimientos facticos y su realidad perceptiva. Para nosotros creyentes de un Dios Creador y Amoroso: la vida es sencilla e infinita de saberes. Compartimos los primores con las demás especies de la floresta y distintos animales en nuestra querida y bien amada tierra. Este planeta azul en sí mismo es un crujir de vida que se siente en las inmensas fuerzas de sus mares, montañas, llanuras, estepas, selvas, glaciares y su dinámica atmosfera. El planeta con sus elementos está vivo y muy pocos podrán negar esto. Para el creyente, El Padre Creador ha sido nuestro refugio por todas las edades. La sabiduría perpetua, sentida y escrita por nuestros ancestros han compartido estas sensaciones del alma. Los más viejos nos legaron que la existencia de Dios es infinitamente anterior, previamente que se formaran los montes, los océanos y la heredad. Mucho antes de los tiempos antiguos y más allá de los tiempos postreros, Dios seguirá siendo nuestro Creador. El salmista inspirado escribió que mil años para Él son como el día de ayer que paso, son como unas cuantas horas de la noche y la madrugada. Que el Altísimo y Todopoderoso nos da una sombra protectora de refugio como la da un castillo asediado; con absoluta confianza. Es cierto que confiamos en nuestros padres, hermanos, familiares y amigos; no obstante El Señor es un auténtico amigo que en ninguna ocasión falla ó deja de asistirnos, y quien en verdad confiamos. Que su fidelidad nos protegerá como un escudo de día y de noche; aun en las horas más tormentosas del ataque, el Ángel del Señor nos cubrirá con sus alas y bajo ellas estaremos seguros. A pesar de la angustia, El Señor nos anima a no tener miedo a los peligros nocturnos, ni a las trampas ocultas, ni a las plagas mortales, ni a las flechas lanzadas de de día, ni a las calamidades que llegan con la oscuridad ni las que destruyen a pleno sol. Solamente lo habremos de presenciar porque la vida no muere. Para demostrárnoslo El Creador se hizo Hombre de pueblo, humilde y sencillo. Nació, y vivió en familia junto a sus padres; con las vicisitudes de los más pobres y perseguidos; fue bautizado por un profeta del desierto; formó su pequeño grupo entre pescadores y gentiles para colectivizar sus enseñanzas y aprendizajes; sus principios eternos de amor y paz no pudieron ser rebatidos; fue perseguido, encarcelado y humillado. Aún así, 2011 años después, su presencia sigue vigente; ahora más que nunca, cuando en el mundo se han despertado mil demonios que atentan contra la vida que Él creó; que se justifica hasta lo injustificable cuando se asedia y bombardea escuelas y hospitales; que los poderosos se aglutinan para someter y dominar pueblos milenarios tan antiguos como la sabiduría; El Señor es el Camino, la Verdad y la Vida. Esta humilde creencia del Dios Creador, se propagó imperecedera como la luz de un límpido amanecer; indetenible, que despierta y aviva; que levanta miradas y estimas, que nos hace crecer lentos pero fuertes como los cedros del Líbano.

Chávez, las banderas que levantaste aquel 4 de febrero son milenarias, son eternas; son las mismas de Moisés cuando cruzó el mar rojo, son las del mismo Simón cuando guió la emigración al oriente venezolano ante la persecución del apátrida de siempre. En este momento sublime de la historia patria, la esperanza, la fe y el amor están más presentes que nunca. Hay un pueblo amoroso, hay una fe inquebrantable y tenemos un sueño por realizar. Chávez eres un capitán de la historia y has sido elegido para un propósito de Dios, eso nadie te lo podrá escamotear. Mil oraciones, mil bendiciones y que El Dios de los tiempos esté contigo. ¡Venceremos!

 

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