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12.Dic.2014 / 06:12 pm / Haga un comentario

Grano de Mostaza.
William Fariñas

@williamfarinas

Simón Bolívar y la bendición de Ayacucho.

Siempre es necesario reafirmar que somos una república bolivariana con toda la majestad e implicaciones axiológicas  de ser portadora insigne del pensamiento, ideología  y  de las doctrinarias del Padre libertador. Mas que un deber sagrado, es obligante cumplir los anhelos, sueños y disposiciones que nos legó el gigante Bolívar; por ello tenemos los venezolanos de estos  tiempos revolucionarios y de esta generación bicentenaria, la natural exigencia de conmemorar y enaltecer la gloriosa Batalla de Ayacucho ocurrida    el 9 de diciembre de 1824 en la Pampa de Quinua de Perú.  No sólo por su significado profundo para la historia  y la independencia de los pueblos suramericanos; también reconocer para las nuevas generaciones  la gloria, el esfuerzo heroico, el sentido del deber, el honor y  denuedo de los patriotas en su decidida  unidad, lucha, batalla y victoria. El padre de la patria   nos demandó en 1925 desde Lima » Las generaciones venideras esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla, y contemplarla sentada en el trono de la libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos, y el imperio sagrado de la naturaleza».   Comúnmente la palabra “Bendición” ha adoptado muchas connotaciones religiosas que han sido  recogidas por las culturas;  pero que si las observamos bien, es más lo que encierra esta maravillosa palabra. Bendecir es “Decir el bien”, es pensar, hablar y actuar en positivo. Es conectarnos espiritualmente con la Divinidad. Cuando bendecimos, estamos  pidiéndole al Todopoderoso, Omnipotente y Omnisciente  que  engrandezca el sublime momento y recuerdo; estamos  diciendo que valoramos esa realidad  y que queremos que aumente para bien de la humanidad. Bendecir es sumamente positivo  y  realmente beneficioso. Por estas circunstancias y ante tan noble exigencia del Padre Libertador: Bendecimos en nombre de Dios, del pueblo heroico de Venezuela y de toda América Grande a ese glorioso momento histórico de Ayacucho y de su inolvidable gesta victoriosa.  Bendecimos la gloria de los soldados patriotas vencedores y el honor de  los soldados realistas vencidos; bendecimos a esa pampa y sus pobladores aborígenes y esclavos de ayer que tanto  sintieron el gemido de libertad.  A sus generales victoriosos como el Mariscal Sucre,  Agustín Gamarra, Guillermo Miller, José María Córdova, José de La Mar y Jacinto Lara. También a quienes capitularon  para bien de la causa libertaria de América. Allí en Ayacucho se arrió el pabellón imperial para siempre. Pasaron 332 años desde el inicio de la dominación y yugo colonialista. Habían pasado 121.180 días de aquel viernes 12 de octubre de 1492, cuando la bandera realista se clavó y flameó en el la playa de la isla de Guanahani, con esa bandera se impuso una carga opresora de dominio, conquista, esclavitud, despotismo, avaricia y todos los males que amputaron siglos de vivencias y civilizaciones de este mundo desconocido para los europeos. No en vano sentenció para la posteridad Simón Bolívar al referirse a la excelsa batalla de Ayacucho y su digno conductor: » El General Sucre es el Padre de Ayacucho: es el redentor de los hijos del Sol; es el que ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el imperio de los Incas. La posteridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco-Capac y contemplando las cadenas del Perú rotas por su espada. Venceremos

 

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