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31.Mar.2015 / 03:15 am / Haga un comentario

Grano de Mostaza

William Fariñas.

A propósito de la Semana Santa: El mejor negocio.

En una oportunidad un peregrino que andaba de un pueblo a otro, se detuvo a descansar bajo un árbol a orilla del camino. Disfrutó de la brisa fresca que empezaba a bajar de las montañas y del trinar vespertino de los pájaros. Se extasió agradablemente del momento y los elementos. Le dio gracias al Creador por la gratuidad de sus  maravillas. Le pareció un lugar santo. Observó en la distancia  el lindero de un lugar abandonado y lleno de piedras, que lo hacía poco utilizable para el arado y los cultivos. Prestó  atención el estado precario del solar que tenía un letrero «Se vende» y se preguntó quién puede adquirir una superficie tan descuidada y para tan poco uso. Tomó un sorbo   de agua de su cantimplora y en la lejanía  del terreno vio a un conejo ocultarse en una madriguera. Indudablemente que el animal no se percató de la presencia del hombre en la sombra de la tarde; estuvo un rato en la cueva y luego salió dando saltos en dirección contraria a la mirada del acucioso observador. La curiosidad del caminante por la presencia de la liebre, le motivó a traspasar la endeble cerca y se adentró entre el pedregal. Llegó hasta el agujero y se sorprendió por lo que vio. No podía creer que la cavidad escondía monedas de oro. Tomó un puñado temerosamente porque se acercaban en la lejanía otros paisanos. Salió sigilosamente y continuó su camino tratando de no generar ninguna sospecha del tesoro escondido. Al llegar al pueblo siguiente, preguntó a una vecina sobre la pertenencia de la parcela abandonada del camino. La señora le dijo que su propietario había muerto hacía muchos años y que un familiar del difunto que vivía en la ciudad lo estaba vendiendo sumamente caro, a pesar de que servía de muy poco para los cultivos. La gente no quiere comprarlo por el valor muy alto, le informó, comparándolo con otros más baratos de esos predios. A la mañana siguiente el hombre animoso se dirigió a la ciudad para buscar al dueño del terreno. Preguntando en la vereda, halló al propietario, quien era un comerciante próspero de la comunidad. Era verdad que quería vender el solar, no obstante el comerciante desconcertado, le preguntó por qué deseaba comprar ese descuidado y abandonado lugar. El peregrino  le contestó:  «El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, vendió  todo lo que tenía y la compró». Para sentir verdaderamente a Dios debemos despojarnos de muchas cosas, especialmente de lo que no somos, y de mucho de lo que aparentamos y de cuanto tanto aprisiona tristemente nuestros corazones. Es decir los malos sentimientos, el disfraz de lo mundano,  las inclinaciones frívolas, pasiones e instintos perversos; todo cuanto nos impida la posesión espiritual que nos pide El Salvador. Si vaciamos el corazón de la maldad y de las falsas riquezas este podría ser ocupado por Nuestro Señor. Además en nombre de Dios lo quiero trabajar.
El comerciante no entendió lo dicho por el insólito personaje, más bien le pareció risible y de loco la propuesta de este extraño paisano de comprar ese terreno abandonado. Debe ser uno de esos  cristianos que andan por allí, se dijo. Pensando que pendejos es lo que sobra, le vendió el terreno dejando en constancia por escrito el motivo de la transacción. El comprador se fue contento y feliz por haber realizado el mejor negocio de su vida.

 

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